Donald Trump y su misteriosa conversión al judaísmo: ¿estrategia política o careta de poder?

Un rumor que genera sospechas

En 2017 comenzó a circular, en ciertos círculos de bajo perfil, la versión de que el expresidente Donald Trump se había convertido al judaísmo. Sin embargo, los principios más profundos de esta religión son claros: nadie puede ser considerado judío sin ser descendiente de madre judía. Por ello, la supuesta conversión de Trump no solo resulta extraña, sino sospechosa.

Una jugada de control

La versión abre la puerta a diversas hipótesis. Una de ellas es que este relato no sea más que una jugada estratégica de los grupos judíos para tener bajo control al magnate estadounidense. Otra, más inquietante, apunta a que el supuesto cambio religioso podría ser simplemente una careta para ocultar un origen más complejo. En cualquiera de los escenarios, lo cierto es que la relación entre Trump e Israel siempre ha sido más cercana de lo habitual.

Israel, el gran beneficiado

Estados Unidos ha sido, históricamente, el mayor aliado de Israel. Pero con Trump en la Casa Blanca, ese apoyo alcanzó niveles inéditos. Su administración trasladó la embajada a Jerusalén, impulsó los “Acuerdos de Abraham” y fortaleció militar y diplomáticamente al Estado judío como ningún otro presidente en la historia reciente. Israel salió doblemente beneficiado: primero por la ayuda estructural de Washington y después por la entrega directa de Trump en sus políticas exteriores.

La propaganda como cortina de humo

Al mismo tiempo, Trump ha sido promovido como un “líder moral” que se opone férreamente a la comunidad LGBT y a la ideología de género. Esa postura ha servido como cortina de humo y propaganda, atrayendo a sectores sociales desesperados por encontrar un líder “conservador”. Sin embargo, esta narrativa no es más que una careta. Una estrategia diseñada para retener seguidores acríticos mientras los verdaderos intereses geopolíticos y religiosos avanzan sin oposición.

Conclusión

La supuesta conversión de Donald Trump al judaísmo no puede tomarse como un hecho religioso legítimo, sino como una estrategia política de control o un disfraz cuidadosamente construido. Lo único que no admite discusión es la enorme ayuda que Israel ha recibido —históricamente de Estados Unidos, y con mayor fuerza, directamente de Trump. El resto es propaganda, sostenida en la narrativa fantástica de los QAnon y en la manipulación de quienes defienden a Trump solo porque aparenta oponerse a ciertas agendas sociales.